miércoles, 10 de febrero de 2016

De caza y perros


 Mi padre, como mis abuelos, ha sido  un buen cazador. Ha sido una de sus pasiones.

Maite apuntando

Mi abuelo Primitivo con sus perros





 
Mi madre con Montes
Mi abuelo Primitivo también lo hacía. Me acuerdo de sus perros y cómo rellenaba los cartuchos. Mi abuelo Andrés era cazador y pescador. Cuando cogía esas truchas resbaladizas del Najerilla y las subía de la Central para cenar, se nos hacía la boca agua, estaban de rechupete, recién pescadas y fritas bien tostaditas.

Mi padre adoraba la época de caza, andar por el monte y recorrer todos los caminos. Hoy podía haber sido uno de esos guías turístico-ecológicos tan de moda. Siempre ha tenido perros, algunos míticos en nuestra familia, como la Estrella, pero también la Tula, el Bull, el Montes, la Yuma… y el Tobi, pero ese cazaba en el plato.

A veces, como todos, no se acuerda bien de lo que ha hecho esta mañana, pero te puede contar con pelos y señales aquella vez que se escondieron los conejos en un ribazo y los perros estaban “ji jau ji jau” y al final cogieron 17 perdices y 14 conejos. Exactamente. Anécdotas de caza tiene por decenas, pero todas tienen esa parte del “ji jau ji jau” del ladrido de los perros.
A mí me encantaba rebuscar en el morral a ver si le había quedado algún cacho pan del almuerzo, coloradito de haber estado junto al chorizo.
Guillermo, Raquel y mi padre
Andrés y yo

 
 
 
  
Muy gordo no estaba el perro.


Mi abuelo viene de pescar con Maite y Andrés
 

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